Decía JCO que él tenía, con la literatura, relaciones adúlteras -escribía a impulsos-, mientras que MVLL las tenía matrimoniales -disciplina, horario-. En 1966, La casa verde, de éste, obtuvo el Rómulo Gallegos en pugna con Juntacadáveres, de aquél; ambas novelas situadas en un burdel: JCO justificó la decisión porque el de MVLL tenía orquesta y el suyo no. JCO al ver la fascinación con que un periodista miraba su único diente, algo bailón, confesó que la dentadura se la había regalado a MVLL. Dentaduras, horarios y burdeles con orquesta aparte, MVLL es un excelente crítico literario, que escribe con agudeza y generosidad de otros, sean Gustave Flaubert, Gabo, Arguedas o el autor del Tirant, por citar. Ahora le toca a JCO y este lector, con el corazón partido, no sabe qué añadir en estas líneas: que qué suerte JCO rescatado por MVLL o qué envidia la de éste, volviéndose a leer -con disciplina- toda la obra del otro. Y de aperitivo -MVLL es así-, un extraordinario viaje de iniciación a la ficción más pura. Una invitación a leer. Érase que se era